Chávez, abogado de las FARC
Editorial. ABC. España
DESPUÉS de traer a Caracas a las dos rehenes liberadas por la narco-guerrilla colombiana de las FARC, a Hugo Chávez le ha faltado tiempo para pedir que la Unión Europea borre a sus secuestradores de la lista de organizaciones terroristas del mundo. Se trata de la confirmación más evidente de que en este asunto Chávez no tiene una posición medianamente neutral, sino que se ha convertido en el mejor aliado y representante de los guerrilleros, a los que no cesa de atribuir cualidades de respetabilidad.
Sin embargo, por más reconocidas que puedan estar sus gestiones, porque al fin y al cabo han recuperado su libertad perdida, incluso el testimonio de las rehenes Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo ha dejado sin argumentos al caudillo venezolano. Solamente con escuchar la impresionante relación del cautiverio de estas dos mujeres debería servir para anular cualquier propósito de considerar que hay algo de «humanitario» en los tratos de una organización criminal que tiene a cerca de un millar de cautivos; decenas de ellos, por cierto, venezolanos y por cuya suerte ni siquiera se ha interesado Hugo Chávez.
La lista de organizaciones terroristas es un instrumento muy eficaz de la política exterior de la Unión Europea, y su utilidad no puede ser puesta en duda por las extravagantes actividades de un responsable político que pretende a toda costa tener relaciones expresas con los guerrilleros del tal «Marulanda», sin tener que pasar por las complicaciones políticas que ello le causaría. Si no existiera ese obstáculo, se puede pensar, sin temor a equivocarse, que Chávez habría desestabilizado ya, y de forma dramática, las relaciones entre Colombia y Venezuela.
Algunos medios se preguntan en Venezuela si Hugo Chávez ha pagado un rescate por la libertad de las dos infortunadas cautivas, a la vista de la explotación pública que hace de su labor de mediación. Es evidente que ese precio existe: el favorecimiento de una negociación política con una organización criminal que no ha renunciado a seguir utilizando medios ilegales, violentos e inhumanos. Las presiones políticas sobre el presidente colombiano Álvaro Uribe van a ser gigantescas. Todo el mundo puede entender que la perspectiva de una liberación de sus seres queridos se puede anteponer a cualquier principio político. Especialmente importante será el caso de Francia, que ha seguido muy de cerca, pero discretamente, lo que ha sucedido en este rescate, ya que tiene intereses directos en la suerte que pueda correr la ciudadana franco-colombiana Ingrid Betancourt. El presidente Nicolás Sarkozy se va a tener que enfrentar al dilema de mantener firmes los principios de dignidad frente a los miserables secuestradores, o plegarse también a los intereses mediáticos. Chávez puede convencer a algunos de que actúa con buena intención, pero no es cierto. Busca la victoria de las FARC.
DESPUÉS de traer a Caracas a las dos rehenes liberadas por la narco-guerrilla colombiana de las FARC, a Hugo Chávez le ha faltado tiempo para pedir que la Unión Europea borre a sus secuestradores de la lista de organizaciones terroristas del mundo. Se trata de la confirmación más evidente de que en este asunto Chávez no tiene una posición medianamente neutral, sino que se ha convertido en el mejor aliado y representante de los guerrilleros, a los que no cesa de atribuir cualidades de respetabilidad.
Sin embargo, por más reconocidas que puedan estar sus gestiones, porque al fin y al cabo han recuperado su libertad perdida, incluso el testimonio de las rehenes Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo ha dejado sin argumentos al caudillo venezolano. Solamente con escuchar la impresionante relación del cautiverio de estas dos mujeres debería servir para anular cualquier propósito de considerar que hay algo de «humanitario» en los tratos de una organización criminal que tiene a cerca de un millar de cautivos; decenas de ellos, por cierto, venezolanos y por cuya suerte ni siquiera se ha interesado Hugo Chávez.
La lista de organizaciones terroristas es un instrumento muy eficaz de la política exterior de la Unión Europea, y su utilidad no puede ser puesta en duda por las extravagantes actividades de un responsable político que pretende a toda costa tener relaciones expresas con los guerrilleros del tal «Marulanda», sin tener que pasar por las complicaciones políticas que ello le causaría. Si no existiera ese obstáculo, se puede pensar, sin temor a equivocarse, que Chávez habría desestabilizado ya, y de forma dramática, las relaciones entre Colombia y Venezuela.
Algunos medios se preguntan en Venezuela si Hugo Chávez ha pagado un rescate por la libertad de las dos infortunadas cautivas, a la vista de la explotación pública que hace de su labor de mediación. Es evidente que ese precio existe: el favorecimiento de una negociación política con una organización criminal que no ha renunciado a seguir utilizando medios ilegales, violentos e inhumanos. Las presiones políticas sobre el presidente colombiano Álvaro Uribe van a ser gigantescas. Todo el mundo puede entender que la perspectiva de una liberación de sus seres queridos se puede anteponer a cualquier principio político. Especialmente importante será el caso de Francia, que ha seguido muy de cerca, pero discretamente, lo que ha sucedido en este rescate, ya que tiene intereses directos en la suerte que pueda correr la ciudadana franco-colombiana Ingrid Betancourt. El presidente Nicolás Sarkozy se va a tener que enfrentar al dilema de mantener firmes los principios de dignidad frente a los miserables secuestradores, o plegarse también a los intereses mediáticos. Chávez puede convencer a algunos de que actúa con buena intención, pero no es cierto. Busca la victoria de las FARC.
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