lunes, 21 de enero de 2008

Chavez y el desabastecimiento

Como la gente se queja con razón de la falta de artículos de primera necesidad y de la aguda escasez de alimentos de primordial importancia para los niños, las mujeres y los ancianos, como es el caso de la leche, el presidente Chávez ha montado en cólera. Ayer, en su ya consabido regaño dominical, volvió a culpar a los venezolanos que sacrificadamente trabajan en el campo, que producen y comercializan los productos lácteos, de formar parte de una conspiración para derrocarlo. Advirtió que procederá militarmente a las expropiaciones de aquellos agricultores y ganaderos que se “presten a la traición”. Qué miedo.

Ante tal desatino presidencial habría que preguntarse desde cuándo la leche, la carne y los aceites comestibles son especies de bombas molotov que pueden incendiar el país. ¿No es justo que los venezolanos quieran vivir como seres humanos, con unos supermercados, abastos y bodegas bien abastecidos, como ha sido siempre? Hoy la gente va de un lado al otro para conseguir medio kilo de algo, ya sea queso, carne o pollo. Igual sucede con otros productos absolutamente necesarios para la dieta diaria, como el azúcar, el arroz, la harina pan o el aceite de maíz.


Ahora bien, señor Presidente, ¿por qué un productor agropecuario va a dejar de colocar sus productos en el mercado si esa es la principal razón de su vida empresarial? Nadie se suicida comercialmente de esa manera, porque quien tiene vacas para producir leche no puede abstenerse, por razones biológicas, de ordeñarlas cada día. Y si hace eso, ¿dónde coloca, al día siguiente, su producción? ¿La tira a las cañerías, la regala a sus vecinos o la usa para llenar un estanque y bañarse allí al estilo de la reina Cleopatra? La ignorancia no es buena consejera.

Sepa, señor Presidente, que ningún empresario en su sano juicio tomaría alguna de esas decisiones porque, entre otras cosas, producir leche cuesta dinero y es el resultado final de un esfuerzo familiar en el cual se pone mucho tiempo de vida y de vocación, y se renuncia a las fastuosas comodidades que sí tiene el Presidente en Miraflores.

En Venezuela, todo empresario del campo asume, desde que se incorpora como tal a su oficio, un compromiso nacional que ya quisiera Chávez que le demostraran sus esquivos ministros.

El ganadero y el agricultor se afincan y echan raíces en la tierra venezolana, con un patriotismo sin igual, apuestan al progreso del campo y a la ruptura de las antiguas estructuras semifeudales. No forman parte del capitalismo golondrina que, con tanto fervor, le abre los brazos el Jefe del Estado cuando llega en cambote desde el exterior.

En realidad, la escasez y la inflación tienen su origen en los ya obsoletos “controles de precios y de cambio” impuestos por el propio Chávez desde el año 2003. No se puede culpar a más nadie que a quien, con sus dislates, incubó la inflación, el cambio dual clandestino y el mercado negro de productos que fluye a través de la economía informal que puebla las calles.

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