El negocio de Chavez y las FARC
Fran Ruiz. Cronica. Mexico
El presidente Hugo Chávez destapó él mismo qué negoció con las FARC a cambio de la liberación de Clara Rojas y Consuelo González: sacar a la guerrilla colombiana de la lista negra internacional de organizaciones terroristas.
A cambio de un “plato de lentejas” —dos de más de setecientos secuestrados— Chávez pretende que se legalice un grupo que lleva 40 años aterrorizando a Colombia. De esta manera, Manuel Marulanda Tirofijo podría instalar en Venezuela su “embajada” desde donde dirigir sus operaciones armadas contra Colombia y sus operaciones de narcotráfico desde suelo venezolano a Europa y Estados Unidos.
Ni la recién liberada Clara Rojas, pese a manifestar síntomas del síndrome de Estocolmo, pudo mantenerse impasible ante tan descarada petición y recordó el secuestro es un crimen de lesa humanidad y las FARC retiene en la actualidad a más de 700 personas contra su voluntad en condiciones penosas, como la de los hombres atados con cadenas a los árboles para que no puedan escapar.
Se puede pasar por alto que Chávez sienta afinidad ideológica con los guerrilleros marxistas, se le perdonó que intentara mediante un golpe de Estado imponer un Estado socialista, pero ¿cómo piensa sostener ante la comunidad internacional, y especialmente ante sus vecinos colombianos, que los crímenes contra civiles cometidos por la guerrilla no hay que tomarlos en cuenta y ésta merece ser privilegiada con el estatus de organización política no beligerante?
Es de pena ajena ver cómo el propio Chávez, que no ha dudado en llamar “terroristas” a los estudiantes venezolanos y a la prensa que se oponen a su revolución, pide que le retiren este apelativo a las FARC, que cuenta por miles sus asesinatos.
Me gustaría saber qué pensaría el mandatario venezolano si surgiera en Venezuela una guerrilla que secuestrara civiles, saboteara su industria petrolera y cometiera atentados contra la población para intentar derribar su gobierno, y el presidente Álvaro Uribe recibiera a los rebeldes venezolanos con abrazos, llamándolos camaradas y pidiendo que fueran considerados “organización no beligerante”.
Hay que tener poca vergüenza.
El presidente Hugo Chávez destapó él mismo qué negoció con las FARC a cambio de la liberación de Clara Rojas y Consuelo González: sacar a la guerrilla colombiana de la lista negra internacional de organizaciones terroristas.
A cambio de un “plato de lentejas” —dos de más de setecientos secuestrados— Chávez pretende que se legalice un grupo que lleva 40 años aterrorizando a Colombia. De esta manera, Manuel Marulanda Tirofijo podría instalar en Venezuela su “embajada” desde donde dirigir sus operaciones armadas contra Colombia y sus operaciones de narcotráfico desde suelo venezolano a Europa y Estados Unidos.
Ni la recién liberada Clara Rojas, pese a manifestar síntomas del síndrome de Estocolmo, pudo mantenerse impasible ante tan descarada petición y recordó el secuestro es un crimen de lesa humanidad y las FARC retiene en la actualidad a más de 700 personas contra su voluntad en condiciones penosas, como la de los hombres atados con cadenas a los árboles para que no puedan escapar.
Se puede pasar por alto que Chávez sienta afinidad ideológica con los guerrilleros marxistas, se le perdonó que intentara mediante un golpe de Estado imponer un Estado socialista, pero ¿cómo piensa sostener ante la comunidad internacional, y especialmente ante sus vecinos colombianos, que los crímenes contra civiles cometidos por la guerrilla no hay que tomarlos en cuenta y ésta merece ser privilegiada con el estatus de organización política no beligerante?
Es de pena ajena ver cómo el propio Chávez, que no ha dudado en llamar “terroristas” a los estudiantes venezolanos y a la prensa que se oponen a su revolución, pide que le retiren este apelativo a las FARC, que cuenta por miles sus asesinatos.
Me gustaría saber qué pensaría el mandatario venezolano si surgiera en Venezuela una guerrilla que secuestrara civiles, saboteara su industria petrolera y cometiera atentados contra la población para intentar derribar su gobierno, y el presidente Álvaro Uribe recibiera a los rebeldes venezolanos con abrazos, llamándolos camaradas y pidiendo que fueran considerados “organización no beligerante”.
Hay que tener poca vergüenza.
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