domingo, 3 de febrero de 2008

La verdadera razón de un gobierno para romper la paz

Por Manuel Caballero //

Desde 1982 lo hemos venido repitiendo, al caracterizar a nuestro pueblo: entre lo que podríamos llamar sus "señas de identidad" figura en primer lugar la de ser pacífico; lo que nos ha convertido en un país excepcional en el mundo: uno donde, desde hace más de un siglo ni se desencadenan ni se soportan guerras civiles.

Un país con un ejército que jamás, desde su fundación en 1910, ha peleado fuera de nuestras fronteras; que recibió el resultado del rechazo a la presidencia vitalicia en diciembre del 2007 sin disparar un tiro, sin atizar siquiera un garrotazo (como amenazaba el Gobierno y alguna reducida franja de la oposición); un país al parecer dispuesto a desmentir la estadística que, hasta ese momento, designaba a Caracas como la ciudad más violenta del mundo.

Sobre esa sociedad se ha injertado, como una planta parásita y tan venenosa como lo sería una cobra si el ofidio perteneciese al reino vegetal, un Gobierno guerrerista.

Romper esa tradición


Ese Gobierno ha hecho (y dicho, por supuesto) todo lo posible por romper esa tradición vieja de un siglo, por borrar de la mentalidad popular esa normal detestación de la guerra y regresarla a aquel siglo XIX donde política y guerra eran sinónimos casi perfectos.


Un Gobierno presidido por un hombre cuya primera palabra es siempre una amenaza de guerra; cuya primera acción política fue un acto de guerra el 4 de febrero de 1992; que luego de ser electo, dio su absolución o su coartada teórica a los atracadores, al hampa; que en sus primeros mítines, cuando escuchaba el ruido de un cohetón que confundía con un disparo (lo cual revelaba que en toda su vida de cuartel había olido la pólvora sólo en las fiestas patronales) gritaba entusiasta que así era que le gustaba la pelea. Un hombre en fin cuyo nada oculto proyecto es transformar a Venezuela en un cuartel ("una fortaleza", para emplear sus propias palabras); y que intenta gestar un partido de "batallones" cuyo parto se dio simbólicamente en un cuartel y prisión militar.

Un grueso expediente

Sería demasiado voluminoso el expediente con sus incitaciones a la guerra, con su muy manifiesta conspiración para provocar una guerra (el mismo delito que llevó a la horca en Nürenberg a los capitostes del nazismo). Examinemos tan sólo su provocación a la guerra con Colombia, que hoy trata de ocultar con la acusación (que no se cree ni él mismo) de que en aquel país se esté tramando una guerra contra el nuestro.

Chávez no es ni siquiera original en esto, pues ya lo había empleado Hitler para desencadenar la guerra mundial: acusar a Polonia de haber "agredido" a Alemania.

Se han dado diversas explicaciones para eso: todos esos escandalosos insultos contra Colombia tienen como objeto menos lo que se piense y se diga en las calles de Bogotá que lo que se piensa y se dice en las calles de Caracas. Esa razón es comprensible porque se basa en nuestra experiencia histórica: Cipriano Castro, un hegemón parlanchín y ridículo (mejorando lo presente) solía andar buscando pleitos para ocultar el desastre de su administración, su incapacidad para gobernar un país en ruinas, entre otras cosas por su propia culpa.

En "paso de luna"

También se suele dar a todo eso una explicación más personal, más caracterial: el atarantado de Sabaneta está (como se decía en esa población para explicar las crisis de los psicópatas) "en paso de luna". En lo que nos concierne, por mucho que nos gustaría creerla, rechazamos esa explicación por demasiado fácil. Por el contrario Chávez es, en la historia de la Venezuela republicana y hasta 1936, un gobernante de lo más normal: un espadón inculto, zafio, nepótico, deshonesto y fanfarrón.

Se dice también que toda esa alharaca es para crear una distracción, una cortina de humo que oculte lo que está comenzando a salir a la luz en un tribunal del Estado de Florida a propósito de la famosa valija con casi un millón de dólares. Por ahora ("¡Por ahora!") han cantado como canarios dos de los imputados, y los otros no van a tardar en hacerlo con la muy explicable justificación de que actúan así por la más simple razón posible: que no van a pagar muertos que otro mató.

El ruido del sable

Todo lo anterior es posible, y forma parte de la verdad. Pero hay razón más poderosa para que el lenguaraz Héroe del Museo Militar ande buscando sacar el sable de su panoplia palabrera. El objetivo no es crear un ambiente de tensión con el Gobierno colombiano, sino estimular un odio lo más extendido posible contra Colombia como nación y como pueblo.

No es de creer que el pueblo venezolano vaya a querer derramar su sangre para vengar a un Simón Bolívar muerto hace pronto dos siglos; ni siquiera siendo verdad toda esa memez sobre su envenenamiento y la suplantación de sus restos mortales. Pero sí hay un segmento de ese pueblo que Chávez cree posible, apelando a un nacionalismo tribal y trompetero, arrastrar a una aventura tan descabellada como una posible guerra colombo-venezolana: la Fuerza Armada. No creemos que eso le resulte tan fácil, pero el solo intentarlo, indica una cosa y una sola: que la razón de toda esa alharaca es compactar detrás suyo al Ejército.

Dicho en otros términos, que puede fanfarronear todo lo que el gaznate le soporte, pero la tensión con Colombia tiene una razón principalísima: que el Comandante en Jefe de la Fuerza Armada no las tiene todas consigo en cuanto a la obediencia perinde ac cadáver de esa institución. Y menos a un hombre de cuyo coraje guerrero se evidenció en la batalla del Museo Militar.

hemeze@cantv.net

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